Empecemos por la ideologia LGTBI que ustedes profesan como seña de identidad básica. Uds. afirman que hombres y mujeres son iguales o deben serlo (no está claro: ¿son o deben ser?) y que cualquier forma de sexualidad es equiparable a la que siempre se ha considerado normal entre hombre y mujer porque, en definitiva, el acto sexual no tiene otro objeto que la obtención de placer y este puede conseguirse de muchas formas. En particular exaltan uds la homosexualidad como un motivo de orgullo, atribuyéndole las cualidades de libertad, igualdad y amor. Las formas tradicionales de amor sexual serían simplemente unas más, en realidad inferiores al estar contaminadas de lo que uds. llaman “machismo”. Creen también que el aborto no es la liquidación de vidas humanas, sino una manifestación de libertad y derechos de la mujer, derechos que deben ejercerse lo más ampliamente posible, para ser eficaces.
En cambio yo, y muchos otros, creemos –en realidad constatamos porque es la misma evidencia– que hombres y mujeres son notabemente diferentes y complementarios tanto física como psíquicamente; y que ello determina la sexualidad normal. Digo normal no solo porque es la forma más frecuente con mucho, sino porque es la que asegura la reproducción humana, la permanencia de la especie, mientras que la homosexualidad y otras formas son estériles. La reproducción exige además la familia y el compromiso de ambos cónyuges más allá de las conveniencias o placeres pasajeros. Por eso una sociedad donde esta evidencia se niega o denigra es una sociedad que corre a la desintegración. Constatamos, además, que lo que concibe la mujer en su seno es una vida humana, no una especie de tumor; y que el derecho más elemental del niño y su mejor modo de desarrollarse, en principio, es una familia con un padre y una madre reales, y no la parodia de dos “papás” o dos “mamás”
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