Imagínese ser un
reconocido profesor de una prestigiosa escuela de su ciudad, en la que nadie le
rebate nada y dónde es usted una eminencia. Y de la noche a la mañana, pasar a
enseñar en uno de los centros educativos más conflictivos de su país, en el que
nadie le conozca de nada y no se le respete.
El cineasta estampa a
la perfección la realidad de su filme a través de los ojos de su protagonista.
«Al llegar al nuevo centro, y a pesar de su dilatada experiencia, el profesor
se da cuenta de que debe cambiar y buscar el mejor método para que los alumnos
se interesen por el curso, llegando incluso a cuestionarse sus propias maneras
de enseñar. Si yo tuviera que impartir un curso de cine y a mis alumnos no les
interesase mi clase, no pensaría que son unos idiotas, sino que igual el
problema lo tengo yo», argumenta al respecto sobre el maestro de su película y
su grupo de impertinentes alumnos, envueltos en absentismo escolar,
gamberradas, malas costumbres e incluso trapicheos con las drogas.
En ese sentido,
Ayache-Vidal es claro. «Hay veces en las que tienes que cambiar y pensar en el
porqué de lo que haces no funciona. En Francia, la gente mayor dice: “Antes
tenía principios. Ahora soy padre”. Con el tiempo, es una expresión que
terminas comprendiendo», asegura el director.
El profesor, así las cosas, trata de
inculcar un método de trabajo totalmente nuevo en un centro en el que casi
todos sus compañeros han tirado la toalla. Un problema que trasciende más allá
de la ficción y que existe también en la vida real. «Hay profesores que no
quieren cuestionarse a sí mismos. Que dicen: “¡Estos alumnos son idiotas, no
puedo hacer nada por ellos!”. Pero lo fácil es rendirse. Hay una frase en mi
película que dice que no existe el mal alumno. Y
es muy cierta, porque hay que conseguir interesarles. Aunque no solo un día,
sino todos», argumenta el cineasta, que se enfoca más en la trama educativa que
en la propia historia personal del profesor, escarceos amorosos incluidos.
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